Here without you

Hay sonidos, palabras, perfumes que generan sensaciones que nos llevan a navegar sin rumbo en un mar de recuerdos. Recuerdos simples, complejos, buenos, malos, reales y fantasiosos.

Recuerdos que muchas veces nos producen sensaciones ambivalentes: esas que en un segundo nos dibujan una sonrisa, pero a la vez nos espetan una profunda ausencia que no la llena ninguna presencia que no sea la del ausente. Y es en ese momento que empezamos a extrañar a alguien, y renegamos contra los recuerdos deseando esconderlos para siempre en la caja de Pandora, para que no vuelvan más, para que no se revelen.

Vagar entre recuerdos y sentimientos que quedaron escondidos, nos hace preguntarnos qué es lo que extrañamos exactamente. ¿Una persona o un cúmulo de momentos? ¿Una costumbre tal vez? Probablemente, todo junto.


Opuestos

Dicen las reglas de la física, y el dicho popular, que los polos opuestos se atraen. Y las relaciones humanas no son la excepción.

Más de una vez nos pasó que vemos una pareja y no entendemos cómo pueden estar juntos: ella es profesional, estructurada, con su ropa siempre elegante y formal, nació en una familia acomodada pero mantiene los pies en la tierra. Él, lo opuesto: informal, desestructurado, estudió en la “escuela de la vida” y a los golpes aprendió a ser la persona que es. Su sueño es recorrer Latinoamérica en bicicleta.

Esas parejas, parecen de cuentos de hadas o de alguna película surrealista. Pero a pesar de la sorpresa de muchos, pueden funcionar. Se sustentan en el amor pero principalmente en las coincidencias que logran rescatar más allá de las evidentes diferencias.

El problema se plantea cuando las diferencias se hacen más notorias que las coincidencias, y o hacen que éstas se vuelvan casi imperceptibles. Entonces llega un momento en que inevitablemente, para no perder su individualidad ni claudicar ante la adaptación artificial, cada uno sigue su propio camino.

Cristal

“Nada es verdad ni es mentira, todo depende del cristal con que se mira.”- William Shakespeare

Cada persona reacciona de diferente manera frente a diferentes situaciones. Si bien hay patrones de conducta que se repiten y que podríamos categorizar, la reacción en su totalidad siempre es personal, íntima, única. Cada uno interpreta la realidad de acuerdo al cristal que eligió en algún momento.

Una misma situación puede ser un drama para uno, una comedia para otro, o una lección para los demás. El abanico de posibilidad siempre es infinito, y nuestra elección, también personal y única, es la que define como nos plantamos ante cada situación y que conclusiones sacamos de ella.

Hay excepciones, pero la mayoría de las situaciones no son buenas o malas en sí mismas, está en nosotros elegir el cristal adecuado para interpretarlas.



La teoría de la sustitución

Terminar una historia de amor no siempre es igual: a veces terminamos por ausencia de amor, otras gracias al arte del desengaño y otras tantas opciones. Y a cada ruptura le corresponde un duelo, que así como los desenlaces son diferentes, los duelos también lo son.

Pero dentro de ese infinito abanico de opciones está la sustitución. Hay quienes en vez de llorar y pasar públicamente por la etapa del duelo, inmediatamente después de terminar una historia de amor, ya están buscando un sustituto (o incluso antes).

Y así el sustituto viene a jugar en el lugar exacto que dejó el amor anterior, ocupando los mismos tiempos, la misma ubicación en la mesa, el mismo lado de la cama y la misma actividad de domingo.

El que actúa por sustitución no siempre se fija en quien tiene al lado, sino que busca mantener cubierto ese rol: esposo, novio, amante, etc. Y estas relaciones funcionan hasta que se aplica nuevamente la sustitución, a veces, incluso ante los ojos atónitos del ahora antiguo sustituto.

Pero no olvidemos que en este caso, como en todo binomio, siempre hay dos personas: el que sustituye y el sustituto que permite (y consiente) la sustitución.

La maldición del Príncipe Azul

Todas las que en algún momento leímos cuentos de hadas, soñamos con el Príncipe Azul. El hombre perfecto para nosotras, la historia de amor ideal, ese que nos hace sentir que es para siempre.

Las afortunadas lo encuentran, y cumplen con el cuento de hadas. Otras, pasamos años buscándolo, cuando no toda la vida. A veces creemos encontrarlo, otras, estamos convencidas que ese que tanto nos atrae, poco tiene de Príncipe, y aun menos de Príncipe Azul.




El problema es cuando confundimos el fin con el medio, y la búsqueda nos termina agobiando. Así empezamos con las clásicas quejas: “son todos iguales”, “no hay ninguno para mí”, bla bla bla. Y concluimos en la paradoja de no querer buscar más.

Terminemos con la maldición del Príncipe Azul y empecemos a disfrutar de los romances no perfectos, de las historias no épicas, pero reales y que, al menos durante un tiempo, nos hacen tan felices.

Tempus fugit

El tiempo es fugaz, se nos escapa de las manos con una rapidez incontrolable. Siempre corremos contra el reloj, tratamos de abarcar más actividades, no dejar nada para mañana porque el tiempo pasa demasiado rápido, y el hoy ya se convierte en ayer.

Sin embargo, en muchos aspectos el tiempo es relativo. Un minuto no se vive de la misma forma en dos oportunidades. Un minuto en la cola del banco puede parecer una eternidad y no hacemos más que pensar en todo lo que nos queda por hacer. Pero un minuto en los brazos de la persona amada no es más que un instante, un instante que nos llega al alma.

Y si el tiempo es relativo, si lleva consigo una carga subjetiva de quien lo vive, entonces, nosotros somos los responsables de disfrutar de esos minutos que llegan al alma y recalan para siempre en la memoria.

Teoría no lineal

“La distancia más corta entre dos puntos está en una línea recta” – Geometría euclidiana
Hay quienes creen que todo en la vida va en línea recta: un movimiento lleva a otro y se llega al objetivo. Avanzar es sencillo y rápido, sin perder tiempo en situaciones ambiguas.

Sin embargo, no creo que la vida no es exclusivamente lineal, y menos en línea recta. La realidad nos demuestra que a veces avanzamos de manera lineal, pero otras necesitamos permanecer estáticos como esperando que otro mueva las piezas. Sin olvidar los momentos que nos movemos en círculos, o necesitamos irnos por las ramas atendiendo objetivos temporales o disfrutando del paisaje.

Y a veces es necesario volver para atrás. Pero no con ánimo inquisidor o arrepentido, ni siquiera con incertidumbre sobre lo que hubiera pasado, sino para tomar aliento.

Pero aunque no siempre se avance linealmente, lo importante es seguir avanzando.

Espejo

“Los espejos deberían pensárselo dos veces antes de devolver una imagen.” - Jean Cocteau

Podemos fingir, actuar, simular que todo está perfecto. Pero cuando el espejo refleja nuestra imagen y nos miramos profundamente a los ojos, estos no mienten. Estos nos espetan la verdad a la cara, las cosas como son, sin mentiras, sin vueltas, sin maquillajes favorecedores.

Los aciertos y los errores, las oportunidades aprovechadas y las tiradas por la borda, el aprendizaje o el rechazo al mismo, todo está ahí. El orgullo puede enceguecernos, pero cuando nos miramos a los ojos la realidad se nos presenta sin previo aviso.

Si nuestras decisiones nos llevaron a cometer errores y si no hicimos nada para enmendarlos, si el orgullo nos llevó encerrarnos en ver nuestras razones y despreciar las ajenas, el espejo lo grita sin piedad.

Pero hay algo que ese espejo no nos dice, y es que nosotros podemos cambiar las cosas. Nunca para atrás, sí para adelante. Después de todo, la realidad constantemente nos desafía a cambiarla.