31 de diciembre

El tiempo es una experiencia subjetiva, cada individuo lo vive desde una perspectiva diferente y totalmente personal. Así, cuando el próximo 31 de diciembre se termine el año y muchos lo esperarán con ansias, habiéndolo previamente marcado en el almanaque para así destacarlo del resto de los días. Y así se cerrarán ciclos, y vendrán 365 días nuevos, donde tantos sueños se proyectarán, otros tantos podrán concretarse, y otros, simplemente seguirán siendo sueños.

Para otras individualidades el fin de año no es más que otro día en el almanaque. Solo la continuación del día anterior, o el que precede al siguiente. Y así, intentarán ignorar ese día, y mirarán escépticos a los festejantes del año nuevo.

Sea como sea, es una fecha que difícilmente pase desapercibida. El 31 de diciembre está ahí al final del almanaque, recordándonos que de vez en cuando es bueno hacer un alto, mirar el camino que venimos recorriendo, ese que es único y cuyo ritmo no lo determina el almanaque. Y a partir de ahí, tomar aliento y seguir adelante.

¡Feliz y exitoso 2010 para todos!

Cambios

"Nada es permanente a excepción del cambio." - Heráclito

Diciembre es el mes social por naturaleza. Social por las fiestas de fin de año donde saludamos cordialmente a todos aquellos que durante el año evitamos hasta en el ascensor. Pero también porque se repiten las reuniones con esos amigos que vemos todo el año y cuyo abrazo nos hace renacer hasta de los problemas más intrincados.

En una de estas últimas reuniones, una amiga y colega comentaba lo importante que son los cambios, y como, casi sin darnos cuenta, nuestra vida fue cambiando desde aquel día en el 98 cuando nos conocimos en la Universidad.

Los cambios no solo se dieron en términos académicos, o qué casillero tildamos cuando en un formulario aparece “estado civil” o “cantidad de hijos”. Los cambios más relevantes, aunque menos aparentes, se dieron en nuestra forma de interpretar la realidad, incluso nuestra realidad interna.

Sin temor a entrar en lugares comunes, me animo a decir que hay quienes temen a los cambios, mejor dicho, hay quienes temen cambiar. Hacer algo bueno, buscar nuevos resultados, intentar ver las cosas desde otra óptica. Ya sea desarrollar un don olvidado, estudiar física cuántica, cambiar de destino en las vacaciones, viajar al Himalaya, volver a leer “El Principito” o descubrir nuevos pasatiempos.

Nada de esto implica destruir lo anteriormente construido o desprestigiar el esfuerzo realizado. Simplemente, implica no adormecerse en lo que ya se tiene, no perder los sueños, y seguir creciendo.


Cajas chinas

Cada historia guarda en sí misma otra historia, como las cajas chinas. Hay todo tipo de historias, como aquellas contadas en voz alta, o las que escondemos detrás del orgullo. Historias con finales felices, de sueños truncos, o de esperanza.

Algunas son dignas de ser compartidas, como esas cajas de regalo que al verlas nos provocan adrenalina por saber qué hay dentro. Otras son superficiales como esas cajas llenas de papel picado.

Historias que nos llegan al alma, y protegemos como el más preciado de los tesoros, o historias que cerramos para siempre, cuales cajas de Pandora.

Aunque a veces quisiéramos deshacernos de alguna de ellas, sabemos que el presente o incluso el futuro estarían incompletos. Ninguna nueva historia es independiente de las anteriores. Cada una de ellas, una dentro de otra, forman parte de la historia que hoy estamos construyendo.


El trailer corresponde a la película griega La Sal de la Vida (también traducido como El Sabor de la Canela), donde a través de la cocina se cuenta una historia dentro de otra historia. Hermosa película y muy recomendable (hay que verla idioma original, ya que la narración en griego le da un toque mágico).

De resoluciones y tormentas

Hay situaciones que se pueden resolver de manera simple, otras requieren creatividad e ingenio. Otras, infinita paciencia. Resolver de a poco, despacio, moviendo las piezas milimétricamente.

En otros casos, tal vez los menos, o tal vez los más, se requieren soluciones drásticas. Terminar con todo el problema, sin anestesia, de un golpe y para siempre.

Y cuando se trata de amor, o desamor, no es posible aseverar que una opción duela menos que la otra. Con o sin anestesia, aceptar la realidad implica que alguna vez nos peleamos con ella, pataleamos, pero que atravesamos la tormenta.

Porque después de la tormenta, aunque sea por un tiempo, siempre sobreviene la calma.