Los amantes

Siempre tuve mis dudas acerca del uso del a palabra “amante”. No es lo mismo el “amante” del buen cine que decir “Julián es mi amante”, sin embargo, continuamos empleado el mismo término una y otra vez.

Recuerdo cuando era niña y viendo la novela de las seis de la tarde, la increpé a mi madre si se amaban los amantes, a diferencia de los casados. Mi madre se mantuvo muda por un instante, sin pronunciar palabra, pero con una mirada que me indicaba que había preguntado algo que no se debía preguntar, o tal, que no era conveniente saber su respuesta.

Hoy me sigo preguntando lo mismo. Mucho cuestionamos a los infieles, a quien participa en la vida de otra persona únicamente siendo su “amante”. Pero en el mundo siguen existiendo los amantes. Amantes circunstanciales o reincidentes, amantes que esperan o desesperan, amantes que disfrutan la presencia o amantes que sufren las ausencias.

No pienso cuestionar la licitud o moralidad de los amantes, ni pretendo generalizar las relaciones, o dar por zanjada la discusión sobre la conveniencia de tener uno o muchos amantes. Simplemente, me sigo preguntando, si en definitiva no usamos la palabra “amante” para reconocer que, a su manera, se aman los amantes.



Las historias de la Historia

Siempre me llamaron la atención las miles de historias, personales, reales, del día a día, que encierra la Historia, esa que muchas veces estudiamos apurados en el colegio o revisamos curiosos en Wikipedia.

Siempre se habla de los hombres que escribieron la historia, con sus batallas, o su forma particular de gobernar, o de los que se destacan por las reformas o la unión entre pueblos.

Hay mujeres maravillosas que también cambiaron la historia, incluso con una fuerza más poderosa que el Rey de turno. Esto lo digo sin ninguna intención hacer de este espacio un pasquín feminista, ni entrar en la polémica de la ya trasnochada lucha de sexos.

Entre estas mujeres, siempre me fascinó la presencia, el carácter y las mil historias de Ana Bolena. Probablemente muchos la recuerden como una de las seis esposas de Enrique VIII, olvidando que por su causa fueron seis esposas, y no una, como marcaba el catolicismo imperante en la Inglaterra de la época.

Otros la rebajarán a una simple puta sobrevalorada, que, gracias a su tesón y ansias de poder, más que a sus virtudes, logró enloquecer al Rey. Un Rey obsesionado en que sus dominios tuvieran descendencia masculina, y ya alejado de su consorte del momento.

Así, Ana comenzó a tejer una telaraña siniestra, para pasar de ser una dama de la Reina, a ser, la Reina. Para esto el Rey movió cielo y tierra, se enfrentó a la Iglesia, al Papa en Roma, e incluso a su pueblo.

Mil días después de la boda entre Ana y Enrique, la trama siniestra que la propia Ana había comenzado, terminaría con su vida. Tan rápido como subió al poder, desafió el status quo, y fue Reina, pasó a ser ejecutada a las afueras de la Torre de Londres.

Muchos dirán que Ana no fue más que una puta sobrevalorada, y que simplemente sirvió de excusa para que Enrique VIII rompiera con Roma, y cambiara para siempre la religión y los destinos de la isla. Y otros, más románticos tal vez, pensarán que ella fue la causa de una de las reformas políticas y religiosas más importantes de la historia, todo por el amor de un Rey.

La teoría de la papelera

Todos tenemos algún sistema para procesar los mails. Hay quienes no soportan ver que la bandeja de entra está llena de mensajes. Necesitan borrarlos una vez que los respondieron o les dieron el curso indicado.

Ver que la bandeja de entrada está vacía lee da una especie de alivio, en definitiva, siente que cumplió con todo aquello que tenía que hacer y envió a la papelera todo aquello que quedó en el pasado. Es su forma de mirar el presente, y vivirlo sin cargas, obligaciones pendientes, o relaciones que ya terminaron.

Otros, en cambio, guardan los mails durante años, como se hacían con las cartas en papel. Los guardan como viejos tesoros, como recuerdos de lo vivido, y los leen y releen cada vez que tienen oportunidad.

En sus casillas está todo: la historia de un amor desdichado o los comunicados de algún trabajo estresante, mezclados con los saludos de cumpleaños y declaraciones de amor eterno.

Probablemente cada uno de nosotros los procese de la misma forma en procesamos las diferentes situaciones que vamos enfrentando. Hay quienes pueden borrar el pasado rápidamente, olvidarse de los malos momentos, las relaciones truncas, los trabajos ingratos y los recuerdos que molestan.

Otros atesorarán historias buenas y malas, recordándolas constantemente, sin querer desprenderse de ellas. Buscando una y otra vez en esa papelera mental, por si algún día, casi que por distracción, dejaron ir algún recuerdo.

Todos queremos aprender del pasado y atesorar buenos recuerdos, pero para eso también es necesario aprender a descartar y tirar en la papelera mental, todo aquello que no suma. Y así, hacer lugar para situaciones nuevas.

Primer paso


“Para un viaje de mil millas solo hace falta el primer paso” Lao Tse

El primer paso es siempre el más difícil. Hay que saber hacia dónde queremos ir, con qué intensidad en la marcha, y al menos vislumbrar cómo será el camino.

Hay primeros pasos irreverentes, que deslumbran, que arremeten. Otros tímidos, que con mucho esfuerzo se animan a iniciar el camino. Y los más, a los tropezones, aprendiendo de a poco.

Al primer paso le sigue el segundo, que no es muy diferente del tercero, ni del cuarto. Es el primero el que marca la diferencia, el que deja la primera huella en el camino, el que genera más emociones. Como aquel primer beso, que nos dibujó una sonrisa de inmediato. O el primer día en la primaria, que aunque hoy se vea tan lejano, nos marcó a fuego con esa sensación de ansiedad y alegría. El segundo día podemos no recordarlo, pero el primero, no se borra.

La esencia del primer paso está en que nos muestra que hay nuevas situaciones que están al alcance de la mano, y nos motiva a buscarlas.