Razones sin razón


"El corazón tiene razones que la razón no entiende" – Blaise Pascal

Luego de una relación fallida, un amor no correspondido o un desengaño amoroso es común escuchar el clásico “Me enamoré como una idiota, no entiendo cómo pudo pasarme”. Ahora, me pregunto ¿hay quienes se enamoran como idiotas y otros lo hacen inteligentemente? Es más, ¿cuando una relación funciona responde necesariamente a nuestra inteligencia al enamorarnos, y viceversa?

Aun pensando que no hay una fórmula infalible, creo que el éxito de una pareja no está en la inteligencia o desinteligencia con que se enamoren las partes en cuestión. Y no estoy dejando todo en manos del factor suerte u otros vericuetos del destino, sino que siempre están en juego una multiplicidad de factores que condicionan una relación o cualquier otra circunstancia de la vida diaria.

Tal vez mis preguntas no tengan respuesta, pero sigo creyendo firmemente que es mejor ser una idiota por intentarlo, que ser una idiota por no hacerlo.

Buscar vs encontrar

“Ella está en el horizonte -dice Fernando Birri-. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré. ¿Para que sirve la utopía? Para eso sirve: para caminar.” – Eduardo Galeano (Ventana sobre la utopía)


Debe haber pocas sensaciones más placenteras que la de llegar a la meta, lograr el objetivo, cumplir con aquello que tanto anhelamos. Sin embargo, así como ese instante de gloria representa la suma de mucho esfuerzo, también implica un fin: el fin de la búsqueda, del empeño, del disfrute de estar cada vez más cerca de lo que queremos.


La forma en que concebimos esa dualidad buscar-encontrar es la que determina cómo será nuestro comportamiento durante la búsqueda, y el posterior a ella. Quien disfruta de la búsqueda por la búsqueda misma, obtener el resultado probablemente le genere una sensación de hastío y una inminente necesidad de proseguir con otras búsquedas.

Quien, por el contrario, tome la búsqueda como una pérdida de tiempo, un derroche de energía o un proceso sin sentido, desesperará por obtener un resultado y se conformará con lo primero que encuentre. Si la suerte lo acompaña, tal vez sea lo que tanto anhelaba, si la suerte le es esquiva, probablemente caiga nuevamente en el sacrificio de la búsqueda.

Otros se dedicarán a abandonar constantemente sus búsquedas, y sustituirlas por nuevas búsquedas, tal vez por solo hecho de disfrutar de ellas o de evitar llegar a la meta y abandonar el movimiento. Otros temerán buscar nuevos caminos, y se aferrarán a sus pocas certezas, seducidos por la inercia.

El eterno buscador de una nueva conquista amorosa, el empleado inconforme con su trabajo pero temeroso de volver a la búsqueda, el estudiante ansioso por un título que cree que cambiará su la vida. Todos vivimos esa dualidad, está en nosotros elegir cómo la desarrollamos.

¿Qué le da cuerda al mundo?

Frente a distintas situaciones todos hemos comprobado que sea como sea, el mundo sigue girando. Irreverente, impávido, incansable, el mundo siempre sigue girando.

Pero ¿qué le da cuerda al mundo? Las ideas, dirán políticos y filósofos, deseosos de ser recordados en los próximos milenios. Las ideas que mantienen el status quo y hacen que el mundo no para, o las que revolucionan e ilusionan con nuevos giros.

El amor contestarán los románticos empedernidos o los enamorados resignados. “Sin amor no vivimos, sobrevivimos” dirán.

Otros dirán entre dientes que es el dinero, el poder o la ambición desmedida lo que da cuerda al mundo, y lo hacen girar sin parar más allá de las consecuencias, incluso las impensadas.

Comparto y discrepo con esas respuestas. Es el deseo, la pasión, la voluntad puesta en práctica lo que mueve el mundo. El deseo de encontrar el amor, de vivir fieles a nuestras ideas, e incluso la ambición siempre que ésta no nos convierta en nuestros peores enemigos.