Vuelta de página

Diciembre genera alegría, reencuentros, ansias, reflexión y tantas otras emociones más. Es un mes igual pero diferente a los otros.

Es el mes en el que se termina el trajín del año y deviene un tiempo de descanso. El mes de los proyectos y de la tortura por lo que no se hizo. El mes de los balances y la lista de ideas para el año siguiente.

Siempre lo viví así: un mes más pero con una vuelta de página. Vuelta de página personal o compartida, interna o externa, visible o invisible.

Brindo con ustedes, quienes del otro lado de la pantalla me acompañaron todo el año. Por sus vueltas de página que permitan generar cientos de historias nuevas.

¡Felices fiestas!

El síndrome del ahora

Basta con que diciembre comience a visualizarse en el almanaque para que me vea afectada por el síndrome del ahora.

Con la mayor ansia deseo que todo lo que postergué el resto de los once meses se cumpla en los próximos diez minutos, que se adelanten las reuniones de fin de año, que el brindis de Navidad no demore tres semanas y la licencia llegue antes de lo esperado.

Que por arte de magia mis compromisos laborales terminen rápidamente, que me enamore a la vuelta de la esquina, que los libros que descansan en mi mesa de luz sean leídos hasta la última página, y que este blog vuelva a actualizarse semanalmente.

La ansiedad hace que muchas de esas situaciones no se cumplan, algunas se posterguen más aun, y otras sean definitivamente descartadas. Sin embargo, esa misma ansiedad me genera el empuje y la inspiración necesarios para terminar de cerrar proyectos, y comenzar a gestar otros.

Durante diciembre quiero que todo se cumpla ahora, pero afortunadamente, el resto del año tengo claro que el “ahora” no necesariamente es sinónimo de cosecha, sino también se siembra, y riego diario.

Memoria

“Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos.” - Jorge Luis Borges

La memoria es ese misterioso baúl de los recuerdos, donde nunca sabemos lo que quedará o que lo será desechado, sino hasta muchos años después.

El nombre de la primera maestra, el sabor del arroz con leche de la abuela, el perfume de la primera flor que nos regalaron. Esos recuerdos que atesoramos y a los que nos aferramos con tanta fuerza, como una forma de desafiar al olvido y no perderlos nunca.

Pero también parecen imborrables el dolor de la primera caída de la bicicleta, la tristeza de una ausencia, o la bronca de haber perdido.

A veces quisiera olvidarme de aquel que no me olvido, y recordar con más frecuencia lo que esporádicamente cruza mi mente. Aun así la memoria es selectiva, caprichosa, imprevista, paradójicamente sabia. Paraíso, infierno, purgatorio, todo puede permanecer o todo puede desaparecer.

La teoría del borrador

Laura es una de las más fervientes partidarias de la teoría del borrador. La teoría es simple: una vez que se termina una relación, debemos borrar todo rastro de esa persona: regalos, cartas, mails, fotos, todo lo que nos recuerde ese período de vida en conjunto.

Así lo hizo con todos, pero con Gustavo dio un paso más en ese afán de evitar cualquier detalle que generara el más mínimo recuerdo: cambió el recorrido al trabajo, cambió de gimnasio, cambió de actividades, y cambió de casa. Laura estaba empeñada en borrar a Gustavo, y la logró. No a fuerza de su intención de borrarlo, sino porque Gustavo comenzó a frecuentar a otra señorita y rápidamente se olvidó de la dueña del borrador.

Y Laura, que por supuesto no se enteró de la nueva situación amorosa del “borrado”, conoció a un nuevo Gustavo. La relación funcionó bien durante los primeros seis meses, tiempo suficiente para que el nuevo Gustavo pasara a ser una versión desmejorada del anterior Gustavo.

Así, una vez más, Laura puso en práctica su teoría del borrador y se dispuso a deshacerse de fotos, papeles y demás recuerdos, en pro de volver a subirse a la calesita que la lleve a conocer al siguiente Gustavo. A quien, como es de esperar, borrará en su debido momento, sin dejar ni un borrón, más no sea para recordarle el camino recorrido, y que por algún motivo, ya no está en él.

Aprobación

“No puede el hombre sentirse a gusto sin su propia aprobación.” – Mark Twain

Como miembros de la sociedad estamos constantemente bajo la lupa de los demás, esa lupa que a veces aprueba y otras reprueba. Todos buscamos constantemente la aprobación de los demás. Sin ir más lejos en nuestro trabajo cuando esperamos que colegas, jefes, clientes o amigos nos den una sonrisa de satisfacción por nuestras tareas. Los amigos que aplauden nuestros aciertos, o la pareja que apoya y festeja como propios nuestros éxitos.

Esa aprobación, buscada conscientemente o no, parece ser el premio al camino recorrido o a la suerte que nos acompañó en el momento justo. Sin embargo, la aprobación no se puede convertir en el fin único y obligarnos a actuar en función de ella.

La aprobación es el premio, nunca el motivo.

Cuestión de elección II

De compras en un Shopping capitalino, me encontré con una amiga de la infancia quien al verme corrió efusivamente a saludarme. Después del abrazo correspondiente y las preguntas sociales de rigor: familia, amigos de ese momento y trabajo, me preguntó por mi “situación sentimental”.

Su cara cambió totalmente al escuchar mi respuesta: “no tengo pareja”. No dudo que realmente la pusiera triste saberlo o sus buenas intenciones cuando me dijo como llegó a decirme. Tampoco pongo en duda su certeza al aconsejarme “ya vas a enganchar alguno”,“bajar los requerimientos” o hacer como ella, que no tendrá el marido que soñaba, pero está casada.

Lo que sí me cuestiono por qué pensó que eso para mi era una carga o una situación descalificante en lo personal o socialmente hablando.

Pensé en conocidas, compañeras de trabajo, amigas, colegas, a quienes no tener pareja les resultó tan pesado que optaron por la primera persona que atinó a sonreírles. Y ahora, infelizmente en pareja, tratan de remontar una vida que no les favorece íntimamente, pero las deja bien plantadas en la sociedad.

Sé que es un tema trillado, pero creo que todo termina siendo una cuestión de elección. Elegir no conformarme con cualquiera es tan válido como la elección de aquella que sintió que la soledad le pesaba, y eligió emparejarse a toda costa, aun para ser infeliz.

Elegir no estar toda la vida esperando un ideal, pero tampoco conformarse con opciones inadecuadas en pro de mitigar la presión social. Elegir conocer a alguien nuevo o descartar las posibilidades ya existentes, elegir esperar alguien que radicalmente cambie mi mundo o elegir buscarlo desesperadamente.

Pero elegir sin mentirme, sin dejar de lado mis ideas o mis sentimientos, porque de ser así, no elijo nada y termino dejando que la sociedad elija por mí.

Frida

Frida Kahlo nació en una sociedad autoritaria y machista, donde ser mujer era un desafío, y ser mujer y artista, casi una ilusión. Nacida en una familia acomodada, inteligente y autodidacta, tuvo una vida colmada de infortunios, que retrató en cada una de sus pinturas.

No fueron las enfermedades ni el tranvía que la postró en una cama, lo que la marcó para siempre. Su mayor tortura fue su mayor fuente de felicidad: enamorarse de Diego Rivera. Enamorarse obsesivamente, en medio de celos, infidelidades y desprecio, haciendo que el amor y el odio, lejos de ser opuestos, se convirtieran en complementarios.

"Yo he sufrido dos accidentes graves en mi vida; uno, en un tranvía que me tumbó... el otro accidente es Diego", bromeaba Frida, tal vez intentando convencerse que los amores que matan nunca mueren.


Y morirme contigo si te matas
Y matarme contigo si te mueres
Porque el amor cuando no muere, mata
Porque amores que matan nunca mueren

Joaquín Sabina (Contigo)



Un año


Hoy este blog cumple un año. Gracias a todos los que inspiran estas páginas, a los que leen esporádicamente o constantemente, y a los que comentan dentro y fuera del blog.



Iguales

En una charla de café, Alejandro, un verdadero encantador de serpientes, me tiró su verdad a la cara, sin anestesia:

“Por más que digas que todas las historias se parecen en algún punto, vos estás convencida que somos todos diferentes. Esa idea de unicidad que siempre me repetís, es la base de lo que yo entiendo que es un error.”

“¿Cuál es el error? ¿Pensar que somos únicos y terminamos siendo burdas copias de lo que queremos ser? En definitiva, eso también nos haría diferentes. La copia se distingue del original, podrán ser similares pero nunca iguales, ¿no?”

“Ese es el punto. Lo que pasa es que creo que todos somos diferentes, y es eso lo que nos termina convirtiendo a todos en iguales”

Seguí tomando mi café, y me cuestioné si a veces no sería bueno de escuchar ciertas mentiras piadosas.


Eternidad

¿Cuánto dura el amor? ¿Cuatro años como según los estudios científicos dura el enamoramiento? ¿Toda la vida, como juran los románticos? O tal vez días, como descreen los incrédulos.

¿Vivimos un solo gran amor o el amor se renueva en cada intento? Conozco hombres que dicen enamorarse de una mujer diferente cada día, y parejas de 90 años que solo conciben un amor único y eterno.

A veces me pregunto, ¿y si solo viviéramos un gran amor que durara un día y no fuera eterno? Sin dudarlo lo viviríamos a pleno, sin preocuparnos por el mañana y sin pensar en las cargas del pasado. Tal vez así, entenderíamos el significado de la palabra eternidad.




Razones sin razón


"El corazón tiene razones que la razón no entiende" – Blaise Pascal

Luego de una relación fallida, un amor no correspondido o un desengaño amoroso es común escuchar el clásico “Me enamoré como una idiota, no entiendo cómo pudo pasarme”. Ahora, me pregunto ¿hay quienes se enamoran como idiotas y otros lo hacen inteligentemente? Es más, ¿cuando una relación funciona responde necesariamente a nuestra inteligencia al enamorarnos, y viceversa?

Aun pensando que no hay una fórmula infalible, creo que el éxito de una pareja no está en la inteligencia o desinteligencia con que se enamoren las partes en cuestión. Y no estoy dejando todo en manos del factor suerte u otros vericuetos del destino, sino que siempre están en juego una multiplicidad de factores que condicionan una relación o cualquier otra circunstancia de la vida diaria.

Tal vez mis preguntas no tengan respuesta, pero sigo creyendo firmemente que es mejor ser una idiota por intentarlo, que ser una idiota por no hacerlo.

Buscar vs encontrar

“Ella está en el horizonte -dice Fernando Birri-. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré. ¿Para que sirve la utopía? Para eso sirve: para caminar.” – Eduardo Galeano (Ventana sobre la utopía)


Debe haber pocas sensaciones más placenteras que la de llegar a la meta, lograr el objetivo, cumplir con aquello que tanto anhelamos. Sin embargo, así como ese instante de gloria representa la suma de mucho esfuerzo, también implica un fin: el fin de la búsqueda, del empeño, del disfrute de estar cada vez más cerca de lo que queremos.


La forma en que concebimos esa dualidad buscar-encontrar es la que determina cómo será nuestro comportamiento durante la búsqueda, y el posterior a ella. Quien disfruta de la búsqueda por la búsqueda misma, obtener el resultado probablemente le genere una sensación de hastío y una inminente necesidad de proseguir con otras búsquedas.

Quien, por el contrario, tome la búsqueda como una pérdida de tiempo, un derroche de energía o un proceso sin sentido, desesperará por obtener un resultado y se conformará con lo primero que encuentre. Si la suerte lo acompaña, tal vez sea lo que tanto anhelaba, si la suerte le es esquiva, probablemente caiga nuevamente en el sacrificio de la búsqueda.

Otros se dedicarán a abandonar constantemente sus búsquedas, y sustituirlas por nuevas búsquedas, tal vez por solo hecho de disfrutar de ellas o de evitar llegar a la meta y abandonar el movimiento. Otros temerán buscar nuevos caminos, y se aferrarán a sus pocas certezas, seducidos por la inercia.

El eterno buscador de una nueva conquista amorosa, el empleado inconforme con su trabajo pero temeroso de volver a la búsqueda, el estudiante ansioso por un título que cree que cambiará su la vida. Todos vivimos esa dualidad, está en nosotros elegir cómo la desarrollamos.

¿Qué le da cuerda al mundo?

Frente a distintas situaciones todos hemos comprobado que sea como sea, el mundo sigue girando. Irreverente, impávido, incansable, el mundo siempre sigue girando.

Pero ¿qué le da cuerda al mundo? Las ideas, dirán políticos y filósofos, deseosos de ser recordados en los próximos milenios. Las ideas que mantienen el status quo y hacen que el mundo no para, o las que revolucionan e ilusionan con nuevos giros.

El amor contestarán los románticos empedernidos o los enamorados resignados. “Sin amor no vivimos, sobrevivimos” dirán.

Otros dirán entre dientes que es el dinero, el poder o la ambición desmedida lo que da cuerda al mundo, y lo hacen girar sin parar más allá de las consecuencias, incluso las impensadas.

Comparto y discrepo con esas respuestas. Es el deseo, la pasión, la voluntad puesta en práctica lo que mueve el mundo. El deseo de encontrar el amor, de vivir fieles a nuestras ideas, e incluso la ambición siempre que ésta no nos convierta en nuestros peores enemigos.



La teoría de la distorsión

“All people know the same truth. Our lives consist in how we choose to distort it” - Woody Allen – “Deconstructing Harry”

Así como el tiempo es una experiencia subjetiva, la realidad también lo es. Es una verdad evidente que la realidad es una sola, pero que desde que cada uno de nosotros tiene uso de la razón, ha buscado la forma de distorsionarla para así aprehenderla y hacerla nuestra, construir nuestra realidad, con nuestras pautas y verdades reveladas.

No hay dos personas que se comporten de manera idéntica. No importa que sea una situación favorable o adversa, triste o feliz, dulce o amarga. La realidad será la misma, pero la interpretación que le demos, dependerá de los lentes elegidos para distorsionarla.

Esto no significa que siempre busquemos distorsiones que nos favorezcan, evitando digerir malos tragos. La distorsión elegida generará un marco en el cual cada hecho, sentimiento, pensamiento o ideal propio se desarrollará. Y esto en definitiva, sentará las bases para distorsionar aun más, nuestra ya distorsionada realidad.

El reloj

El tiempo es una experiencia subjetiva. Cada uno la vive de diferente manera, con diferente impacto, y dándole diferente trascendencia a su paso incondicionado. Pero aun así, es habitual correr tras el reloj, como Alicia corría tras el conejo blanco vestido de etiqueta.

Así el tiempo se vuelve inalcanzable, siempre falta, nunca encontramos ni un segundo para hacer ese informe con menos apuro, editar lo que escribimos en el blog, o simplemente, tomarnos un descanso y contemplar el paisaje.

Me pregunto, ¿tras qué corremos? ¿Qué queremos alcanzar? Si el tiempo es una experiencia subjetiva, y solo lo medimos gracias a los avances tecnológicos, ¿cuál es el motivo para correr? ¿Son los minutos los que nos hacen más amena una charla, o menos dolorosa la partida de un ser querido? ¿Acaso el amor se mide en segundos o la tristeza en semanas?

Tal vez corremos tras el ideal de hacer todo aquello que quisiéramos, o tal vez, porque paradójicamente, queremos ganarle una carrera al reloj. Olvidando así, que el ser humano creó ese instrumento para medir objetivamente aquello que es subjetivo, pero que no mide ni medirá jamás, la calidad del tiempo.

La teoría del nudo

Cuando era niña me abuela intentó enseñarme las tareas básicas que debía saber toda señorita: coser, tejer y cocinar. No tuvo suerte en las dos últimas, y lo logró a medias en la primera. Lo que sí logró marcarme a fuego, a fuerza de los errores y las repeticiones, fue la necesidad de hacer un buen nudo al comienzo y al fin de cualquier costura.

Con los años, logré darme cuenta que en las relaciones humanas, y en prácticamente todas las situaciones que vivimos a diario, también hacemos nuestros nudos y ellos marcan los hitos de su inicio, desarrollo y fin.

Un buen nudo no solo nos recuerda no dar puntada sin hilo, sino que además hace que ese hilo se no escape y terminemos malgastando nuestro tiempo. El nudo es el comienzo, la base, lo diferente como mojón inicial. Los nudos marcan un antes y un después, un nudo firme nos da seguridad en una nueva etapa, nos hace caminar sabiendo que sentamos las bases y que pisamos sobre terreno firme, o al menos que vemos a ir afirmándolo.

Un nudo también declara el fin de un trayecto. Terminamos lo que veníamos haciendo, lo dejamos firme y seguro. Es el mismo nudo que hacemos en una bolsa previo a desecharla, como forma de contener allí todo lo que ya no queremos entre nosotros. Es nuestra forma de decir fin, de cerciorarnos que nada de eso vuelve a salir. Como en el fin de una situación adversa o una relación complicada.

Pero tampoco olvidemos los nudos intermedios, cuando el trecho es largo y no queremos que se desvíe, queremos tomarnos un descanso, o tememos quedarnos sin hilo.

El agua y el aceite

“He leído en alguna parte que para amarse hay que tener principios semejantes, con gustos opuestos. – George Sand”

Mariana y Fernando se conocieron en una boda de una amiga en común. Mariana había ido sola, ya que la fiesta era en otra ciudad y la reciente ruptura con su pareja había borrado de un plumazo la posibilidad de ir acompañada. Ni siquiera barajó buscar una compañía ocasional. Decidió ir sola y así fue.

Se ubicó en una mesa donde estaba la familia de Fernando, quien la recibió con una sonrisa, y dada la situación, Mariana respondió con otra. Fernando muy caballero, la llenó de halagos, la hizo reír como solo lo hacen los amigos de toda la vida, y pensó que estaba conociendo a la mujer ideal. Pero de eso Mariana se enteró años después.

Forjaron una amistad interesante, pero a la distancia. Mediante ocasionales chats, y algún mail o llamada por fechas especiales. Fernando enamorado a primera vista, cómodo con las evasivas de Mariana. Y ella, pensando que él era una buena persona pero no tenía ningún atractivo, más que esa tenue amistad.

Pasaron tres años y muchos chats, hasta que Fernando tomó coraje y le dijo claramente: “Desde el día que te vi, pienso que sos la mujer ideal”. Y agregó antes que ella pudiera atinar a decir algo “Yo sé que somos como el agua y el aceite, pero yo soy tan testarudo que por vos me hago aceite.”

Mariana respondió de la forma tiernamente dura que caracteriza a todos los rechazos, sintiendo tener que pasar por esa situación. No tuvo tiempo de seguir hablando, Fernando le ganó a la verbalización de sus pensamientos: “Por momentos todos podemos pasar por aceite, aunque seamos 100% agua. Pero las relaciones así no funcionan, y eso lo sé desde un comienzo.”

Mariana y Fernando siguieron con sus vidas, chateando de vez en cuando, y tomando algún café muy ocasional. Agradeciendo ambos, ser como el agua y el aceite.

Futuro


“El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los temerosos, lo desconocido. Para los valientes es la oportunidad.” - Victor Hugo


Desde el comienzo de los tiempos, el ser humano se ensañado en descubrir que le depara el futuro. Para eso se basó en ideas filosóficas, religiosas, mágicas y hasta teorías sociológicas, explicando cuál es la consecuencia de determinados comportamientos sociales.


Civilizaciones enteras se construyeron en torno a la idea del destino, el elegido por ellos mismos, o el impuesto por los Dioses. El destino fatal, o el destino divino. El destino que está escrito y del que no podemos desligarnos, que forma parte de nuestro ser desde el día que nacimos, pero aún así, queremos saber hacia dónde nos lleva.


Cartas, borra del café, bolas de cristal, alineación de los astros, lectura de las manos. Todo sirve para develar el misterio del futuro.


Pero en definitiva, podemos proyectar, soñar, sembrar, intentar adivinar… pero el futuro solo es comprobable cuándo se convierte en presente. Y si supiéramos nuestro destino, el presente perdería su sabor.

Cuestión de elección

“Cuando debemos hacer una elección y no la hacemos, esto ya es una elección.” - William James

Nuestras elecciones nos caracterizan, nos distinguen, pero también nos condicionan. Si nos preguntamos cuáles fueron las elecciones más importantes de nuestra vida, probablemente pensemos en el día que decidimos formar una familia, iniciar nuestra carrera, hacer ese viaje que nos cambió la vida o la forma de verla.

Sin embargo, creo que las elecciones más importantes son las que no se recuerdan. Esas que no se anotan en la agenda o se destacan en la lista anual de objetivos cumplidos. Pensemos en una pareja, ¿el inicio de la relación es la elección más importante? Probablemente haya marcado un cambio, un antes y un después. Pero no es lo esencial, lo esencial es esa elección que tomamos a diario, de elegir a esa persona todos los días.

Elegir implica un cambio, pero también una continuidad. Y son ambos los que nos caracterizan, los que en definitiva, nos hacen elegir a diario quién queremos ser.

Palabras

Las palabras que no van seguidas de hechos no valen para nada” - Demóstenes


¿Cuál es el significado de las palabras? No me refiero significado que nos da el diccionario, la respuesta sería demasiado sencilla y yo bastante vaga al no procurarme la misma. Cuando digo “significado” me refiero al valor de las palabras, al valor de lo dicho, de lo pactado, de lo ya acordado.


Está claro que las palabras se las lleva el viento, pero creo que en definitiva somos los seres humanos los que dejamos que así sea. Las palabras dichas tienen un valor incalculable, las palabras de amor, de compromiso, de odio, de desprecio, de diversión o de lamento. Todas tienen un significado que debe ser respetado y no cambiado de acuerdo a la dirección que tome el viento de las circunstancias.


Tal vez alguien crea que sin compromisos se vive más liviano, con menos preocupaciones y con menos dolores de cabeza. No logro acostumbrarme a esta circunstancia.

Reglas de juego

Hay quienes crean las reglas de juego de manera unilateral, imponiendo las decisiones a su antojo, sin siquiera preguntar si el otro está de acuerdo. Otros en cambio, se enriquecen de las opiniones de los demás, generan nuevas reglas de acuerdo a las circunstancias de la pareja, grupo o multitud.

En cualquier da de los casos, desde el momento en que decidimos participar del “juego”, estamos aceptando sus reglas. Podemos cuestionarlas e intentar cambiarlas, pero partimos de la base que esas reglas existen y que debemos comportarnos de acuerdo a su consigna.

Nunca entendí a los hipócritas que cuando las cartas no salen a su favor, categóricamente deciden retirarse del juego. Puedo patalear, enojarme, necesitar escapar, pero sé que nada de eso da una solución al problema. Yo prefiero barajar, y dar de nuevo. A ver si la suerte, vuelve a estar de mi lado.

Los amantes

Siempre tuve mis dudas acerca del uso del a palabra “amante”. No es lo mismo el “amante” del buen cine que decir “Julián es mi amante”, sin embargo, continuamos empleado el mismo término una y otra vez.

Recuerdo cuando era niña y viendo la novela de las seis de la tarde, la increpé a mi madre si se amaban los amantes, a diferencia de los casados. Mi madre se mantuvo muda por un instante, sin pronunciar palabra, pero con una mirada que me indicaba que había preguntado algo que no se debía preguntar, o tal, que no era conveniente saber su respuesta.

Hoy me sigo preguntando lo mismo. Mucho cuestionamos a los infieles, a quien participa en la vida de otra persona únicamente siendo su “amante”. Pero en el mundo siguen existiendo los amantes. Amantes circunstanciales o reincidentes, amantes que esperan o desesperan, amantes que disfrutan la presencia o amantes que sufren las ausencias.

No pienso cuestionar la licitud o moralidad de los amantes, ni pretendo generalizar las relaciones, o dar por zanjada la discusión sobre la conveniencia de tener uno o muchos amantes. Simplemente, me sigo preguntando, si en definitiva no usamos la palabra “amante” para reconocer que, a su manera, se aman los amantes.



Las historias de la Historia

Siempre me llamaron la atención las miles de historias, personales, reales, del día a día, que encierra la Historia, esa que muchas veces estudiamos apurados en el colegio o revisamos curiosos en Wikipedia.

Siempre se habla de los hombres que escribieron la historia, con sus batallas, o su forma particular de gobernar, o de los que se destacan por las reformas o la unión entre pueblos.

Hay mujeres maravillosas que también cambiaron la historia, incluso con una fuerza más poderosa que el Rey de turno. Esto lo digo sin ninguna intención hacer de este espacio un pasquín feminista, ni entrar en la polémica de la ya trasnochada lucha de sexos.

Entre estas mujeres, siempre me fascinó la presencia, el carácter y las mil historias de Ana Bolena. Probablemente muchos la recuerden como una de las seis esposas de Enrique VIII, olvidando que por su causa fueron seis esposas, y no una, como marcaba el catolicismo imperante en la Inglaterra de la época.

Otros la rebajarán a una simple puta sobrevalorada, que, gracias a su tesón y ansias de poder, más que a sus virtudes, logró enloquecer al Rey. Un Rey obsesionado en que sus dominios tuvieran descendencia masculina, y ya alejado de su consorte del momento.

Así, Ana comenzó a tejer una telaraña siniestra, para pasar de ser una dama de la Reina, a ser, la Reina. Para esto el Rey movió cielo y tierra, se enfrentó a la Iglesia, al Papa en Roma, e incluso a su pueblo.

Mil días después de la boda entre Ana y Enrique, la trama siniestra que la propia Ana había comenzado, terminaría con su vida. Tan rápido como subió al poder, desafió el status quo, y fue Reina, pasó a ser ejecutada a las afueras de la Torre de Londres.

Muchos dirán que Ana no fue más que una puta sobrevalorada, y que simplemente sirvió de excusa para que Enrique VIII rompiera con Roma, y cambiara para siempre la religión y los destinos de la isla. Y otros, más románticos tal vez, pensarán que ella fue la causa de una de las reformas políticas y religiosas más importantes de la historia, todo por el amor de un Rey.

La teoría de la papelera

Todos tenemos algún sistema para procesar los mails. Hay quienes no soportan ver que la bandeja de entra está llena de mensajes. Necesitan borrarlos una vez que los respondieron o les dieron el curso indicado.

Ver que la bandeja de entrada está vacía lee da una especie de alivio, en definitiva, siente que cumplió con todo aquello que tenía que hacer y envió a la papelera todo aquello que quedó en el pasado. Es su forma de mirar el presente, y vivirlo sin cargas, obligaciones pendientes, o relaciones que ya terminaron.

Otros, en cambio, guardan los mails durante años, como se hacían con las cartas en papel. Los guardan como viejos tesoros, como recuerdos de lo vivido, y los leen y releen cada vez que tienen oportunidad.

En sus casillas está todo: la historia de un amor desdichado o los comunicados de algún trabajo estresante, mezclados con los saludos de cumpleaños y declaraciones de amor eterno.

Probablemente cada uno de nosotros los procese de la misma forma en procesamos las diferentes situaciones que vamos enfrentando. Hay quienes pueden borrar el pasado rápidamente, olvidarse de los malos momentos, las relaciones truncas, los trabajos ingratos y los recuerdos que molestan.

Otros atesorarán historias buenas y malas, recordándolas constantemente, sin querer desprenderse de ellas. Buscando una y otra vez en esa papelera mental, por si algún día, casi que por distracción, dejaron ir algún recuerdo.

Todos queremos aprender del pasado y atesorar buenos recuerdos, pero para eso también es necesario aprender a descartar y tirar en la papelera mental, todo aquello que no suma. Y así, hacer lugar para situaciones nuevas.

Primer paso


“Para un viaje de mil millas solo hace falta el primer paso” Lao Tse

El primer paso es siempre el más difícil. Hay que saber hacia dónde queremos ir, con qué intensidad en la marcha, y al menos vislumbrar cómo será el camino.

Hay primeros pasos irreverentes, que deslumbran, que arremeten. Otros tímidos, que con mucho esfuerzo se animan a iniciar el camino. Y los más, a los tropezones, aprendiendo de a poco.

Al primer paso le sigue el segundo, que no es muy diferente del tercero, ni del cuarto. Es el primero el que marca la diferencia, el que deja la primera huella en el camino, el que genera más emociones. Como aquel primer beso, que nos dibujó una sonrisa de inmediato. O el primer día en la primaria, que aunque hoy se vea tan lejano, nos marcó a fuego con esa sensación de ansiedad y alegría. El segundo día podemos no recordarlo, pero el primero, no se borra.

La esencia del primer paso está en que nos muestra que hay nuevas situaciones que están al alcance de la mano, y nos motiva a buscarlas.