La teoría de la distorsión

“All people know the same truth. Our lives consist in how we choose to distort it” - Woody Allen – “Deconstructing Harry”

Así como el tiempo es una experiencia subjetiva, la realidad también lo es. Es una verdad evidente que la realidad es una sola, pero que desde que cada uno de nosotros tiene uso de la razón, ha buscado la forma de distorsionarla para así aprehenderla y hacerla nuestra, construir nuestra realidad, con nuestras pautas y verdades reveladas.

No hay dos personas que se comporten de manera idéntica. No importa que sea una situación favorable o adversa, triste o feliz, dulce o amarga. La realidad será la misma, pero la interpretación que le demos, dependerá de los lentes elegidos para distorsionarla.

Esto no significa que siempre busquemos distorsiones que nos favorezcan, evitando digerir malos tragos. La distorsión elegida generará un marco en el cual cada hecho, sentimiento, pensamiento o ideal propio se desarrollará. Y esto en definitiva, sentará las bases para distorsionar aun más, nuestra ya distorsionada realidad.

El reloj

El tiempo es una experiencia subjetiva. Cada uno la vive de diferente manera, con diferente impacto, y dándole diferente trascendencia a su paso incondicionado. Pero aun así, es habitual correr tras el reloj, como Alicia corría tras el conejo blanco vestido de etiqueta.

Así el tiempo se vuelve inalcanzable, siempre falta, nunca encontramos ni un segundo para hacer ese informe con menos apuro, editar lo que escribimos en el blog, o simplemente, tomarnos un descanso y contemplar el paisaje.

Me pregunto, ¿tras qué corremos? ¿Qué queremos alcanzar? Si el tiempo es una experiencia subjetiva, y solo lo medimos gracias a los avances tecnológicos, ¿cuál es el motivo para correr? ¿Son los minutos los que nos hacen más amena una charla, o menos dolorosa la partida de un ser querido? ¿Acaso el amor se mide en segundos o la tristeza en semanas?

Tal vez corremos tras el ideal de hacer todo aquello que quisiéramos, o tal vez, porque paradójicamente, queremos ganarle una carrera al reloj. Olvidando así, que el ser humano creó ese instrumento para medir objetivamente aquello que es subjetivo, pero que no mide ni medirá jamás, la calidad del tiempo.

La teoría del nudo

Cuando era niña me abuela intentó enseñarme las tareas básicas que debía saber toda señorita: coser, tejer y cocinar. No tuvo suerte en las dos últimas, y lo logró a medias en la primera. Lo que sí logró marcarme a fuego, a fuerza de los errores y las repeticiones, fue la necesidad de hacer un buen nudo al comienzo y al fin de cualquier costura.

Con los años, logré darme cuenta que en las relaciones humanas, y en prácticamente todas las situaciones que vivimos a diario, también hacemos nuestros nudos y ellos marcan los hitos de su inicio, desarrollo y fin.

Un buen nudo no solo nos recuerda no dar puntada sin hilo, sino que además hace que ese hilo se no escape y terminemos malgastando nuestro tiempo. El nudo es el comienzo, la base, lo diferente como mojón inicial. Los nudos marcan un antes y un después, un nudo firme nos da seguridad en una nueva etapa, nos hace caminar sabiendo que sentamos las bases y que pisamos sobre terreno firme, o al menos que vemos a ir afirmándolo.

Un nudo también declara el fin de un trayecto. Terminamos lo que veníamos haciendo, lo dejamos firme y seguro. Es el mismo nudo que hacemos en una bolsa previo a desecharla, como forma de contener allí todo lo que ya no queremos entre nosotros. Es nuestra forma de decir fin, de cerciorarnos que nada de eso vuelve a salir. Como en el fin de una situación adversa o una relación complicada.

Pero tampoco olvidemos los nudos intermedios, cuando el trecho es largo y no queremos que se desvíe, queremos tomarnos un descanso, o tememos quedarnos sin hilo.

El agua y el aceite

“He leído en alguna parte que para amarse hay que tener principios semejantes, con gustos opuestos. – George Sand”

Mariana y Fernando se conocieron en una boda de una amiga en común. Mariana había ido sola, ya que la fiesta era en otra ciudad y la reciente ruptura con su pareja había borrado de un plumazo la posibilidad de ir acompañada. Ni siquiera barajó buscar una compañía ocasional. Decidió ir sola y así fue.

Se ubicó en una mesa donde estaba la familia de Fernando, quien la recibió con una sonrisa, y dada la situación, Mariana respondió con otra. Fernando muy caballero, la llenó de halagos, la hizo reír como solo lo hacen los amigos de toda la vida, y pensó que estaba conociendo a la mujer ideal. Pero de eso Mariana se enteró años después.

Forjaron una amistad interesante, pero a la distancia. Mediante ocasionales chats, y algún mail o llamada por fechas especiales. Fernando enamorado a primera vista, cómodo con las evasivas de Mariana. Y ella, pensando que él era una buena persona pero no tenía ningún atractivo, más que esa tenue amistad.

Pasaron tres años y muchos chats, hasta que Fernando tomó coraje y le dijo claramente: “Desde el día que te vi, pienso que sos la mujer ideal”. Y agregó antes que ella pudiera atinar a decir algo “Yo sé que somos como el agua y el aceite, pero yo soy tan testarudo que por vos me hago aceite.”

Mariana respondió de la forma tiernamente dura que caracteriza a todos los rechazos, sintiendo tener que pasar por esa situación. No tuvo tiempo de seguir hablando, Fernando le ganó a la verbalización de sus pensamientos: “Por momentos todos podemos pasar por aceite, aunque seamos 100% agua. Pero las relaciones así no funcionan, y eso lo sé desde un comienzo.”

Mariana y Fernando siguieron con sus vidas, chateando de vez en cuando, y tomando algún café muy ocasional. Agradeciendo ambos, ser como el agua y el aceite.

Futuro


“El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los temerosos, lo desconocido. Para los valientes es la oportunidad.” - Victor Hugo


Desde el comienzo de los tiempos, el ser humano se ensañado en descubrir que le depara el futuro. Para eso se basó en ideas filosóficas, religiosas, mágicas y hasta teorías sociológicas, explicando cuál es la consecuencia de determinados comportamientos sociales.


Civilizaciones enteras se construyeron en torno a la idea del destino, el elegido por ellos mismos, o el impuesto por los Dioses. El destino fatal, o el destino divino. El destino que está escrito y del que no podemos desligarnos, que forma parte de nuestro ser desde el día que nacimos, pero aún así, queremos saber hacia dónde nos lleva.


Cartas, borra del café, bolas de cristal, alineación de los astros, lectura de las manos. Todo sirve para develar el misterio del futuro.


Pero en definitiva, podemos proyectar, soñar, sembrar, intentar adivinar… pero el futuro solo es comprobable cuándo se convierte en presente. Y si supiéramos nuestro destino, el presente perdería su sabor.