Las mujeres, el cine y la vida

Luego de una semana larga, me dispuse a disfrutar la tarde el sábado con una buena película. Si bien varios géneros me atraían, me dejé seducir por una típica comedia romántica, que bien podría ser una remake moderna de cualquier cuento de hadas.

Las películas románticas tienen una ventaja: al cabo de 90 minutos, y sin importar los obstáculos del destino, los protagonistas derrumban murallas para reencontrarse, y prometerse ser el uno para el otro. La clave de la película no está en el planteo, ni en el desarrollo, sino en el final feliz.

No cabe otro final posible. Los desencuentros, los finales abiertos, las relaciones pasajeras, el crecimiento de un personaje secundario, o los buenos que se convierten en malos, las ironías del destino, ninguno de esos se muestra como un final posible. El final feliz es único, invariable, e irremplazable, dejando atrás todo abanico de posibilidades.

Eso que parece tan atractivo para el género femenino me hizo reflexionar. El final feliz de las películas románticas se contrapone a las infinitas posibilidades que presenta la realidad. Y eso es lo bueno de la vida, que muchos finales felices se aplican a una misma historia, y cada final, puede ser un nuevo comienzo.