Las mujeres, el cine y la vida

Luego de una semana larga, me dispuse a disfrutar la tarde el sábado con una buena película. Si bien varios géneros me atraían, me dejé seducir por una típica comedia romántica, que bien podría ser una remake moderna de cualquier cuento de hadas.

Las películas románticas tienen una ventaja: al cabo de 90 minutos, y sin importar los obstáculos del destino, los protagonistas derrumban murallas para reencontrarse, y prometerse ser el uno para el otro. La clave de la película no está en el planteo, ni en el desarrollo, sino en el final feliz.

No cabe otro final posible. Los desencuentros, los finales abiertos, las relaciones pasajeras, el crecimiento de un personaje secundario, o los buenos que se convierten en malos, las ironías del destino, ninguno de esos se muestra como un final posible. El final feliz es único, invariable, e irremplazable, dejando atrás todo abanico de posibilidades.

Eso que parece tan atractivo para el género femenino me hizo reflexionar. El final feliz de las películas románticas se contrapone a las infinitas posibilidades que presenta la realidad. Y eso es lo bueno de la vida, que muchos finales felices se aplican a una misma historia, y cada final, puede ser un nuevo comienzo.

Dos



Dicen que el segundo año es más fácil que el primero. Los desafíos se renuevan, pero ya tenemos claro el suelo sobre el que transitamos. Empezamos a circular por lugares conocidos y la sensación de ansiedad por saber qué es lo que se inicia, comienza a desaparecer. Para algunos esto indicará pérdida de interés, para otros, consolidación del camino.

Hoy este blog cumple dos años, y a juzgar por los escritos del último período, el último año fue menos prolifero que el primero. Sin embargo, aun quedan muchas reflexiones por compartir y cientos de historias por contar.

¡Gracias por acompañarme!

La otra

Una infidelidad puede ser fuente de incertidumbre, odio e incluso de ruptura de una relación. Sin embargo, de lo único que existe certeza, es que el ego puede llegar a romperse en mil pedacitos. Muy a su pesar, eso lo comprobó Sofía, luego de verse convertida en la “engañada”.

Sofía es una mujer con muchas cualidades excelente profesional, buena amiga, sincera, una mujer coherente en un mundo de tanta incoherencia. Una mujer inolvidable, como le habían más de una vez.

Inolvidable, pero sin suerte en el amor, si es que la suerte en el amor existe, o la suerte lisa y llanamente. Y fue esa falta de suerte la que llevó a Sofía transitar ese día por esa calle tan intransitada que ni de suerte alguien más iba a transitarla.

Y quiso la suerte, o la ausencia de ella, que allí estuviera el marido de Sofía abrazando a la otra. Sofía no había osado a imaginar ese momento ni en medio de sus pensamientos más intrincados. No por inocente, ni por egocéntrica, sino que nunca hubiera llegado a imaginar que la otra era una mujer tan olvidable.

Rebelde sin causa


En una de las tantas charlas con mi querido Encantador de Serpientes, me hizo una pregunta cuya respuesta vengo esquivando desde hace tiempo: “A veces tengo la sensación que vos sos una rebelde de la sociedad. ¿O me equivoco?”.

Con tal planteo cualquiera podría pensar que formo parte de un grupo subversivo o busco aislarme de la sociedad. Pero la pregunta tenía un cariz completamente diferente: la sociedad demanda una vida redonda: carrera, trabajo, pareja, hijos. La rebeldía se plantea en la aparente falta de interés en alguno de esos ítems.

Tuve que reconocer que los primeros ítems los tildé con facilidad y en tiempo record. Los otros dos aun están en el debe, y hacia ahí se dirigía la pregunta. Podría haber optado por una respuesta larga y hacer una cronología suficiente para ilustrar con satisfacción una lista de motivos. Podría haber desviado el tema, y con una sonrisa terminar la conversación. Podría haber dicho tantas cosas, sin embargo encontré un sentido introspectivo y terapéutico en esa pregunta.

Entendí que todos tenemos capas: una capa externa que mostramos y nos presenta socialmente, una capa que le sigue y la conocen los allegados, y así sucesivamente hasta llegar a un núcleo a veces inconfesado. ¿Cuál es la capa genuina? Todas, porque nos componemos por todas ellas.

Así, respondí una a una las interrogantes del Encantador de Serpientes: ¿si quiero tener pareja y abandonar los galanes de turno? El núcleo (la capa del fondo) me dice que sí. Pero no como una demanda social, sino como una forma de construir una cuota de felicidad en conjunto.

Entonces, ¿por qué la capa más visible no me muestra como Susanita gritando a los cuatro vientos que busco al hombre de mi vida? Porque reconozco que no tuve historias de cuentos de hadas, y la seudo rebeldía es un mecanismo de defensa autogenerado.

Pero también, ante la atónita mirada de mi querido amigo, debí reconocer que no hay mecanismos de defensa que valgan cuando aparece alguien capaz que mover toda la estructura y llegar a la capa del centro. En ese momento, no hay rebeldía que valga.