En una charla de café, Alejandro, un verdadero encantador de serpientes, me tiró su verdad a la cara, sin anestesia:
“Por más que digas que todas las historias se parecen en algún punto, vos estás convencida que somos todos diferentes. Esa idea de unicidad que siempre me repetís, es la base de lo que yo entiendo que es un error.”
“¿Cuál es el error? ¿Pensar que somos únicos y terminamos siendo burdas copias de lo que queremos ser? En definitiva, eso también nos haría diferentes. La copia se distingue del original, podrán ser similares pero nunca iguales, ¿no?”
“Ese es el punto. Lo que pasa es que creo que todos somos diferentes, y es eso lo que nos termina convirtiendo a todos en iguales”
Seguí tomando mi café, y me cuestioné si a veces no sería bueno de escuchar ciertas mentiras piadosas.
“Por más que digas que todas las historias se parecen en algún punto, vos estás convencida que somos todos diferentes. Esa idea de unicidad que siempre me repetís, es la base de lo que yo entiendo que es un error.”
“¿Cuál es el error? ¿Pensar que somos únicos y terminamos siendo burdas copias de lo que queremos ser? En definitiva, eso también nos haría diferentes. La copia se distingue del original, podrán ser similares pero nunca iguales, ¿no?”
“Ese es el punto. Lo que pasa es que creo que todos somos diferentes, y es eso lo que nos termina convirtiendo a todos en iguales”
Seguí tomando mi café, y me cuestioné si a veces no sería bueno de escuchar ciertas mentiras piadosas.